Quinta Palabra: "TENGO SED" (Jn.19:28) Uno de los más
terribles tormentos de los crucificados era la sed. La deshidratación que
sufrían, debida a la pérdida de sangre, era un tormento durísimo. Y Jesús, por
lo que sabemos, no había bebido desde la tarde anterior. No es extraño que
tuviera sed; lo extraño es que lo dijera. La sed que experimentó Jesús en la Cruz fue
una sed física. Expresó en aquel momento estar necesitado de algo tan elemental
como es el agua. Y pidió, “por favor”, un poco de agua, como hace cualquier
enfermo o moribundo. Jesús se hacía así solidario con todos, pequeños
o grandes, sanos o enfermos, que necesitan y piden un poco de agua. Y es
hermoso pensar que cualquier ayuda prestada a un moribundo, nos hace recordar
que Jesús también pidió un poco de agua antes de morir. Pero no podemos olvidar el detalle que señala
el Evangelista San Juan: Jesús dijo: “Tengo sed”. “Para que se cumpliera la Escritura”,
dice San Juan (Jn.19:28). Jesús habló en esta quinta Palabra de “su sed”.
Aquella sed que vivía El cómo Redentor. Jesús, en aquel
momento de la Cruz, cuando está realizando la Redención de los hombres, pedía
otra bebida distinta del agua o del vinagre que le dieron. Poco más de dos años
antes, Jesús se había encontrado junto al pozo de Sicar con una mujer de Samaria,
a la que había pedido de beber.”Dame de beber”. Pero el agua que le pedía no
era la del pozo. Era la conversión de aquella mujer. Ahora, casi tres años
después, San Juan que relata este pasaje, quiere hacernos ver que Jesús tiene
otra clase de sed. Es como aquella sed de Samaria. “La sed del cuerpo,
con ser grande -decía Santa Catalina de Siena- es limitada. La sed espiritual
es infinita”. Jesús tenía sed de que todos recibieran la vida abundante que Él había
merecido. De que no se hiciera inútil la redención. Sed de manifestarnos a Su
Padre. De que creyéramos en Su amor. De que viviéramos una profunda relación
con El. Porque todo está aquí: en la relación que tenemos con Dios. Señor pequé, Ten piedad y misericordia de mí. |